jueves, 14 de octubre de 2010

Hacía tiempo



Llorar mucho puede ser también un efecto de la juventud? Amén de las soledades, incertidumbres, decepciones, que eran mucho más intensas en aquel tiempo (o es que ahora me resigné a todo eso junto), en los últimos años he llorado mucho menos que antaño. Pero hoy, y supongo que también por el efecto emocional/ hormonal del embarazo, el despelote de la casa, los niños, la mugre, la ausencia de marido (at work como siempre) me superó, la exasperación por las respuestas de un niño al que no se le puede rezongar o gritar porque responde con algo peor de lo que hizo antes, porque no tiene capacidad de responder distinto. Otro que todavía es muy chico para responder y otro que para no ser menos, tampoco hace caso. Si bien hace años que estoy resignada a la situación de Andrés, o qué sé yo, uno se acostumbra a todo, aún así no deja de molestarme, de exasperarme cuando actúa de manera irracional. Y sé que en alguna parte de mi cabeza no dejo de fantasear con que desaparezca. Nada muy distinto de lo que sentía aquella noche después que nació. Sólo que se fue atenuando, escondiendo en algún rincón remoto y secreto, donde mantengo todas los deseos frustrados, esos que ya tampoco joden tanto porque algo se apagó en mi interior. Los años? no soy vieja, pero ya no soy una nena. La edad de los sueños, de los ideales, de las ilusiones, tiene fecha de vencimiento. No, no perdí todos los sueños, no estoy tan muerta. La felicidad pasajera de cada día, también la traen mis hijos. No vivo tan mal, a pesar de los muertos del ropero. Me pongo a pensar que llorar es pelear, resistirse. Ya no lloro porque no me resisto más. No tengo opciones para resistirme.

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