jueves, 9 de septiembre de 2010

Working moms vs Stay home moms; la eterna batalla

Algunas siempre estuvieron de un lado, otras siempre del otro. Pero algunas somos como el pastelero que lleva la camiseta de Peñarol y abajo tiene la de Nacional. Sabemos lo que hay detrás de cada puerta.
Claro que también hubo un antes, cuando yo era working pero no mom. Veamos. En ese momento sentía casi lástima por la vida mediocre y frustrada de las working moms que tenían que irse corriendo del trabajo a buscar a la nena al colegio. No le veía una virtud extra a lo que hacían. Más bien era una carga.
Después pasé directo a la categoría Stay Home Mom, se suponía que por un rato, y mientras trababa relación con otras ídem, mayores y con muchos hijos, en el exclusivo grupo de madres de niños down pero ¨disti¨ , me parecía que ninguna había estudiado algo que valiera la pena no abandonar a pesar de los cuatro o cinco hijos que tenían. Yo nunca haría algo así. Es decir, no me identificaba con mi nuevo grupo de pertenencia.
En ese primer defendí la tesina de maestría, tuve ocupación y algunas expectativas. Otro niño en camino, las torres gemelas, el avión de De la Rua y otras derivaciones de la crisis me volaron las expectativas como el viento. Después de mi segundo año de Stay Home, volví al ruedo de las Workin moms. Con el primer sueldo me compré la ropa que no me había comprado en dos años. Empecé a sufrir la tortura de las empleadas con cama en el mundo de los padres sin abuelos cerca (aunque en mi caso, no hubiera tenido nada cerca anyway).
El fantasma del abandono me atormentaba. Aunque no era exactamente lo que yo había vivido, no importaba. No soportaba dejarlos de 8 a 7. Difícil de batir el suconsciente. Cuando además se sumó el cambio de jardín, al tan loado liceo para seguir la tradición paterna, la cosa se complicó más. Diez km en remis diarios, más terapias de apoyo para uno, más cumpleaños y esas yerbas. Todo resuelto por la empleada. Y yo pendiente del teléfono, de la hora, desde mi cubículo moqueteado, frente al monitor. A esa altura ya había cambiado la pipeta por el papeleo, con el cuento chino del ensayo clínico y la zanahoria del buen sueldo.
De pronto, las mamás que iban a buscar a sus hijos al jardín, y le daban el almuerzo, los hacían dormir la siesta y los podían llevar a la plaza, pasaron a ser los seres más privilegiados del mundo. Cada tarde se pasaba dolorosa por el reloj, pensando todo lo que me estaba perdiendo, mientras aguantaba a la jefa loca de turno, contestaba mails sin ton ni son, revisaba papeles y llenaba exels que detestaba. Todavía dudaba si volver a la pipeta y un día se me dio. Tiré la tarjeta magnética por la borda convencida de que iba a ser felíz con guardapolvo y pipeta en mano. En poco tiempo me dí cuenta de que no pagaba los gastos por salir de mi casa, no podía estudiar lo que necesitaba y no dejaba de quemarme la cabeza porque no estaba con mis hijos. La empleada psicópata que tenía tampoco me permitía estar muy tranquila.
Así que de pronto, boom, exploté, tiré también la pipeta y me dediqué a ir a buscar niños, llevarlos a cumpleaños, doctores, a la plaza y todo lo demás. Pude ir al club, otra maravilla perdida. Durante un año y medio. Hasta que me volví a quemar la cabeza. Estaba perdiendo mi último tren, otra vez. Tenía que conseguir trabajo. Y conseguí. Suplencia, Puerto Madero con vista a pileta ajena. Jefa loca y puta como nadie. Fiuu, suspiré aliviada cuando se terminó. Vuelta al club, a los niños. Nueva panza, nuevo bebé, teta, todo eso. Otros dos años pasaron en casa. Pero como soy una veleta sin solución, volví a buscar trabajo cuando el niño cumplió un año y algo. Y otra vez al ruedo. Jefe baboso y engreído. Sucucho con ínfulas de investigación, pero casi part time. Unos cuantos meses aprendiendo, laburando y pensando que al más chiquito no lo estaba llevando a la plaza como a los otros. Imaginando las tardes de sol que nos perdíamos juntos, ya que en mi sucucho sólo se veía el paredón negro del pozo de luz.
Y ahí descarrilaron ellos, falta de fondos, inimputables. Todos afuera. Y yo otra vez a la plaza, a hacer bizcochuelos, y una panza nueva.

Te digo, honestamente. No sé con qué quedarme. Cuando estoy acá quiero estar allá. Cuando estoy allá quiero estar acá. Y así seguiré.

2 comentarios:

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