HAce muchos muchos años, la medianoche del viernes era crucial, podía ser la mejor de la semana, si tenía un buen plan para salir, o la peor, si terminaba en banda. Pero aunque me tocara una mala noche de viernes, siempre me esperaba la mañana del sabado. El mejor remedio para remontar el bajón era salir en bici por la rambla. Ahora no se me ocurre salir un viernes de noche desde hace años. Lástima. Pero igual sobrevive la ilusión de que lo mejor está por venir, aunque mañana temprano el hombre de la casa se va a partido de básket seguido de asado y yo me tengo que quedar con la prole, la panza, y la empleada a la que cada vez soporto menos. Cambia, todo cambia.
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