jueves, 29 de abril de 2010

Seré una vieja (chota) como esas que veo hoy

Una más de mis experiencias decadentes como mujer dedicada a sus hijos (o sea, que no labura) que aprovecha los ratos libres para absorber cultura en cualquiera de sus estados: esta vez fue en clase de Italiano. Un nuevo curso, no ya en la Dante sino en la escuela de Luc que ya deja que desear en general con su contenido humano. Es sólo por un año -el jardín-, el italiano va y viene en mi vida con la frecuencia de un cometa paseandero. La cosa es que este grupo humano, diez, doce mujeres, todas mayores de cuarenta, de cuarenta y tanntos, pelos venidos a menos, panzas venidas a más, arrugas en buen estado, y el denominador común: todas están libres para ir a clase un jueves a las 9 de la mañana, señal inequívoca de que no laburan y de que probablemente no han laburado en años. Fuera de sus casas, se entiende. Y yo ahí. Por más que lo niegue, pertenezco mucho más a estos grupos que a mis lejanos recuerdos del laboratorio, incluso que a mis cercanos recuerdos de la empresa de la que me salí (o me salieron por falta de fondos) hace un par de meses. Yo ya soy eso, una señora que tiene tiempo para ella, para hacer tortas, para llevar a los nenes al dentista, al doctor, ir al supermercado y llamar al técnico de Cablevisión. O anotar que me faltan ganchos para la cortina de arriba. Y planear una ida a la mercería. En fin, y esas señoras posiblemente no son universitarias, algunas de ellas no, al menos, y mi título ya no sirve más que para la nostalgia. Cuanto más inútil, más me aferro al recuerdo, parezco el tango.

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