lunes, 26 de abril de 2010

Cosas para las que ya estoy muy grande

Ya es un poco más que tarde para intentar superar algunas de las frustraciones históricas de mi vida. Lo bueno es que ya casi no son un problema. A ver, cuál es la probabilidad de que me encuentre ante un grupo de gente que me invite a jugar al voleyball? muy baja, y aún así, siempre tengo la excusa verdadera, ay no, gracias, tengo que mirar a los chicossss (si, chicosss con acento porteño, por qué no?). Me subí a unos rollers el año pasado, un entrenador de 22 años, algo mugriento y rasta, en los lagos de Palermo me llevaba de la mano sonriendo mientras calculaba si valdría la pena levantarse a una veterana como yo. Prueba superada, por los patines eh, no por el pendejo: después de veinte años de no subirme a un par de patines, no sé si necesito volver a intentarlo. No me interesa hacer windsurf. AAAAHHH pero, aprendí a manejar, gran excepción a mis pendings. Lo más de lo más, y no me creía capaz, ahora hago unos 50 km diarios como mínimo.
Pero suficientes autoelogios, sigamos con los fracasos de los buenos: por más que me pase 12h al día intentándolo, nunca conseguiré abrirme de piernas en el piso a lo Nadia Komaneche, pero con un poco menos me divierto bastante, arriba del colchón. No sé jugar al truco, nunca aprendí, ya en la facultad intentaba disimular. Y ahora ya no me quedan amigos cerca! o no me quedan amigos que se les ocurra jugar al truco bajo ninguna circunstancia. Y bueno, quizás no me van quedando amigos. Creo que en la década de los treinta los amigos se van desprendiendo como las carnes firmes. Entre los cuarenta y los cincuenta se terminan de caer. Poco es lo que queda firme, si queda algo. A los setenta olvidate. Nada. Veremos.
Pero tenemos los implantes, las amigas de látex de la era del jardín maternal. No serán aquellas auténticas, pero las queremos como si lo fueran.
Pero en qué estaba, ah sí, en todo aquello que no hice y no haré. No me voy a meter en el asunto escabroso de que no hice el doctorado. Y que quedé fuera de la ciencia. God, please no. Pero ciertamente, también perdí el tren en la carrera armamentista de la industria farmacéutica. Nunca llegaré ni a mando medio. Nunca llegaré directamente, a juzgar por este momento en el que no tengo trabajo y casi no tengo edad ya. O tengo edad de más para mi experiencia junior.
Ya no emigraré a un país del primer mundo. Estamos ensartados en esta Argentina tercermundista y pedante. Pero con sus cosas buenas, indeed.
Y ahora que estoy casi en la mediana edad, con varios niños, una vida medianamente frustrada, voy despuntando cada vez más aquel vicio adolescente de escribir, con el esperable resultado mediocre: el de siempre, ninguna novedad. Sólo que ahora me jode menos, lo mismo que mis piernas flacas. Estamos conformes mi talento mediocre y yo, somos una unidad. O como decía el profesor del Toto Panyagua: el que nace para pito, nunca llega a corneta

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