Acá estoy otra vez sentada en el tigre de peluche mientras el pichón toma la mema. Los grandes duermen hace una hora. Silencio, luz tenue y viento de fondo. La casa está calentita. Llevo la marca de los inviernos montevideanos en la memoria de la piel y sigo disfrutando la calefacción al día de hoy, aunque ya no abuso del calor. Bueno, y todo esto a qué venía?
Por ejemplo, con 4º C dejé a los nenes en el colegio esta mañana. Pero en el aula hay calefacción. Y después llevé a Luqui al médico y le dieron medicación para desparasitarlo. Aviso a las mamás: la señal mágica es la caca blanca. Ya me habían contado en el jardín que un par de nenas tuvieron. Mañana llamo a la directora para decirle que limpien, desinfecten. Menos mal que la dejé viva ayer, cuando llegué con el crio a las 9.38 digamos y me dijo ¨aaay pero tenés que tratar de traerlo más temprano¨. Para qué, casi la mato pero no, le largué de todo, que fui y vine de Belgrano antes, que no puedo levantar a tres, incluyendo a mi marido que labura como loco pero que de mañana tiene un problemita. Que no es mi prioridad despertar al de dos años, que por el liceo francés dejé cinco trabajos y no hice el doctorado. Juá. Y la mina que me querría matar me contestaba ¨aay pero qué divina sos, me matás, jajaja¨. No sé con qué se pichicatea o si de noche va a hacer kick boxing para descargar tensiones y sonrisas acumuladas. Mejor que no me la encuentre en un gimnasio
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