Esta mañana volvía de llevar la cpu vieja a arreglar cuando me obligué a doblar a la izquierda con el auto para caminar un ratito por la ribera norte. El cielo estaba celeste, brillaba el sol sobre el río sin viento. Otros paseantes caminaban, corrían o hacían estiramiento. Mientras daba mi vueltita del perro me acordé de aquel Instituto en Castelar, de cuyo nombre no quiero acordarme, donde trabajé cuatro años. Cuando llegué yo era una hippie oriental (o charrúa, más bien) con vestuario íntegro salido de la Feria de Villa Biarritz de Montevideo. Pero ahí en el instituto me encontré con dos grupos bien diferenciados de especímenes femeninos: las que se vestían fashion, con perfume, etc, (y además trabajaban bien) y las que seguían despeinadas, en jeans y championes (zapatillas), pero ya canosas, gordas y con lentes. De hecho ahí no existía el grupo hippie que era endogámico y homogéneo en mi facultad montevideana. Otro factor que me decidió a cambiar de look fue la cantidad de ropa linda y barata que había por todos lados en Buenos Aires, sobre todo por Avenida Santa Fe, que estaba a cuatro cuadras de mi casa. Así que, aunque el hábito no hizo al monje, creo que fue ahí que de a poquito empecé a perder la ideología. Ufa
Hace 14 horas
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