Después de pensar y planear y soñar las vacaciones, semanas, meses, y de vivirlas en el momento, llega ese instante en que me encuentro otra vez en la esquina de casa, a punto de abrir la puerta y sé que todo volverá a la normalidad en un segundos. Como si no me hubiera ido. La semana pasada tuvo una intensidad importante, en temas perso-, amén de las inundaciones, el humo negro, y la política, pero sin embargo, cada noche volví a soñar que estaba de viaje (me encanta cómo hago rendir las emociones fuertes, eh). Y esta semana empezó suave y encaminada dentro de lo que va quedando de la rutina para la última semana de clases. Para el resto de la familia ya casi no quedan rastros de mis días de escapada, más que un robot descaebezado, el libro de stickers de Lego, o la botella en alumnio, del Barca. Se diluyó todo, o les quedó un restito de consciencia de cómo es estar sin mamá, hasta para mi marido que limpió la cocina más que yo el fin de semana pasada. Efecto del entrenamiento. Pero a mí todavía me queda la chispita prendida. Espero dure para rato, pero oficialmente, éste debería ser el último post sobre el asunto. Es que ya se vienen otros asuntos a los 40 Principales...
Por acá dejo el último rastro, fin de semana en Granada con mi gran amiga Vero. La noche del sábado la terminamos en los Baños Arabes, una especie de spa pero estilo Las Mil y Una Noches. Memorable.
Abajo, los palacios Nazaríes, la Alhambra anocheciendo desde el Barrio Arabe (el Albaycín), y la puerta de una Tetería donde cenamos hummus y crèpes con té, entre alfombras, cortinas, almohadones, perfumes. Sólo faltaba Alí Babá.