Sigo leyendo diarios de escritores, a velocidad caracola, pero ahí voy. Estoy con La novela luminosa de Mario Levrero. Me lleva a Montevideo del año 2000, extraño porque yo ya vivía en Buenos Aires. Siempre he leído novelas de Montevideo antes de que yo naciera. Esto y las canas que ahora sí se me empiezan a notar, son la pista de que ya estoy fuera de rango para todo. Todos tienen más onda que yo, las mamás del jardín de mi cuarto hijo, los arquitectos que hacen la casa en la playa, los jugadores de fútbol que ya no me calientan a pesar de que estén divinos, porque son unos pendex, y así el mundo. Estoy en onda Levrero, todo medio negativo. Y bueno, acá se puede, para eso están los diarios. Uno es el que se queja en el diario pero también, ese es un perfecto extraño, porque después salimos a la calle con la mascarita de la alegría.
Guille cumplió doce años. Otra señal de que estoy en el horno. Mi hijo mayor tiene trece. Soy la madre camino a los cuarenta y tres, creo que la mamá de mi primero novio tenía esa edad y para mí esa señora estaba hecha carozo. Obvio, ahora estamos todas mucho mejor, somos unas diosas, al menos en estado general. Después me entero que tengo una arritmia, me mandan pastillita para el corazón y me digo, todo cambió pero no tanto. Tengo la voz hecha pelota y no he fumado en mi vida. Y la lista podría seguir. En la Edad Media ya estaría con una pata en el cajón. Bueno, lindas reflexiones para una mañana soleada como la de hoy, en un café tan lindo como Nucha. Si, mejor vuelvo otro día, che