Terminé de leer Lo raro empezó después, de Eduardo Sacheri. Me lo prestó un amigo y me dijo ¨son todos cuentos futboleros pero están buenísimos. No se quedó corto, el fútbol aparece más o menos nítido en la mayoría de las historias, desopilantes y escritas con una calidad que espero tener en mi próxima reencarnación, con ese tono del loco de barrio que sabe lo que es la vida, allá por el oeste del conurbano,
donde la gloria es haber estado en la cuarta de Velez. Recomendable cienporciento. De ahí me paso sin escalas al sabado pasado, día en que las vueltas de la vida me llevaron a acompañar al hombre de la casa a su partido de basket, a las 9am (sólo un conflicto por la tenencia del auto podría haberme llevado a Flores un sábado a esa hora). Era la última fecha del campeonato y peleaban por el quinto puesto en la tabla. Cuando hacían el warm up, tenían fugaces momentos de la NBA, se lanzaban pelotas de sorpresa unos a otros, y con reflejos super rápidos (para mí cualquiera es rápido) las alcanzaban y las colgaban del aro (o no). Y en ese momento los tipos eran la NBA, con sus camisetas de la YMCA en tonos violeta y amarillo al estilo de los Lakers. Puedo asegurar que eran felices además. Y de ahí, zas, me pasé a mis propios momentos Nespresso, los lunes de noche en que voy al taller, donde entre esos amigos íntimos del momento literario, leemos nuestros cuentos, comentamos los de los otros y somos felices cuando nuestro master of the universe nos dice que está bueno lo que leímos.
Y es así: por un rato, los sabados, el hombre de la casa es Manu Ginóbili, y los lunes yo tengo mi momento Clarice Lispector (bué). Y con eso, vamos tirando.
Hace 5 horas
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