querido blog, acá estoy haciéndome amiga otra vez como en las viejas épocas. Esta es una escapada rara, tenía muchos trámites que hacer en montevideo y cero ganas de parar en la casa de mis suegros y su acumulación de capas geológicas de pasado, ni en las casas de mis amigas y sus familias porque justamente, vengo sin hijos propios así que me tomo vacaciones de hijos ajenos, y bue, así terminé en un hotelito muy cerca de todos los trámites que tengo que hacer. Mi pequeña versión del retiro literario. Me traje la laptop pensando que no iba a poder escribir pero me hice un buen hueco para mi entretenimiento que es tanto menos útil que las divinas que hacen tutorials de DIY.
Pero detrás de las obligaciones hay un secreto. Estos últimos días vinieron medio pesados con mi marido. Después de diecinueve años, primeras semanas de mal humor en serio de su parte, seco y sin condimentos. Y la razón era la más vieja del mundo. Me tuve que sacar el DIU y por supuesto que yo prefiero volverme de mármol antes que exponerme a quedar embarazada otra vez. No lo resiste mi cuerpo, mi mente ni la estructura de la casa o de las cabecitas celosas de mis otros hijos. Yo no sé si en algún rincón de su mente a mi marido le hacía gracia la idea de tener un hijo más como esos que dicen lo mandó Dios. Y volví a descubrir la noticia más vieja del mundo. El sexo es la base del matrimonio, la médula espinal, la vaselina, todo. Además de las épocas de posparto me doy cuenta de que hemos mantenido una frecuencia razonable en todos estos años, y que el delicado equilibrio familiar se ha basado en el deporte más viejo del mundo. Así que cuando había pasado un tiempo prudencial y no suicida, volvimos a hacer marchar la sex machine y todo volvió a la normalidad, los besos y la buena onda. Pero yo me vine igual a Montevideo y lo dejé al hombre sólo el último día del feriado con la casa hecha un caos, los cuatro niños para entretener alimentar bañar y ordenar antes de volver a clases. Una pequeña proeza para todos. No es una venganza, es un descanso.
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