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lunes, 23 de noviembre de 2015
entendiendo a mi abuela y otros títulos poco atractivos
¿Qué era lo que había entendido? cada vez estoy más tarada y eso se nota en que repito los temas de conversación, le vuelvo a hablar de la @drapignata al jefe de mi marido cuando viene a cenar seis meses después, cosas así. Entonces vivo como el del eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Bueno, ya quisiera yo, que más bien vivo estacionada en los recuerdos. y qué es lo que recuerdo por diooooo, será la cara de estar en otra parte que ponía mi abuela cuando miraba la tele sentada con mi abuelo, fuera una película, un partido de fútbol o qué sé yo. A mí me parecía que en su vida no pasaba nada, pero creo que en su cabeza pasaba todo, repetía el pasado, calculaba escenas de una vida paralela, otras vidas posibles. No es sólo mi imaginación, hay un dato muy concreto que es que su novio, EL novio que tuvo antes de mi abuelo, la siguió llamando por teléfono durante años, hasta que yo estaba en plena adolescencia, hablamos de treinta y pico de años de casados, y el tipo ahí al firme. No sé si se casó o no, pero hoy estoy segura de que mi abuela imaginaba cómo hubiera sido la vida con el otro. No sé si se acostó con alguien más, si tuvo algún amante. Yo la veía con cara de víctima del mundo y me enojaba, por qué no se rebelaba, y hacía lo que quería hacer, por qué no se separaban con mi abuelo. Claro, con sesenta y cinco años, y ni hablar de la situación económica, no era una opción. Hoy veo los lazos invisibles e imposibles que le impedían salirse de todo eso. Yo creía que iban a estar mejor solos, pero los dos sabían que solos no podrían sobrevivir. Que era mejor el tedio compartido a la soledad plena.
A veces me agarra el tedio, como una desilusión espesa y sin salida donde ya lo mejor pasó y lo que queda está lleno de la incertidumbre del futuro, ese que antes imaginaba lleno de realizaciones y sorpresas, y hoy apenas me atrevo a esperar que no venga cargado de tragedias y dolor, que se deje de joder con imprevistos y nos deje transcurrir en paz. Tampoco me van quedando esperanzas para mis delirios de grandeza. La frustración instalada en mi vida se parece a cuando mi abuela decía que en el ómnibus o en la calle le preguntaban si era profesora. Ella era rápida con los números pero apenas había terminado la primaria, pero se vestía con trajecitos de chaqueta y salía siempre con un libro en la mano junto con la cartera. Le alcanzaba con aparentar. La cosa llegaba a extremos mafaldianos, cuando tocaban timbre en la casa para vender algo, y ella abría la puerta y respondía, la señora no está. Yo lo ví, lo juro.
Bueno, eso, nunca le tuve mucho afecto a mi abuela, verla cada día era la confirmación de que mi madre no estaba en mi vida, ni siquiera en mi país. Pero con el tiempo me encuentro en una situación no tan tan diferente a la suya. Muchas veces lo digo, por no tener la vida de mi madre, terminé teniendo la vida de mi abuela
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