Volví de las vacaciones a encarar el calor mortal de Buenos Aires, el asfalto pegado a los zapatos, el auto al sol que parecía un horno incinerador. Y sucedió, una vez más (si, ya me había pasado). Mi jefe me mandó llamar para contarme lo mal que estaba la fundación, que no tenían más fondos, que bueno, que yo era la última que había entrado, y por ende era la primera en irme. Ironías. Así que me fui de vuelta a mi casa después de media jornada laboral. Me esperaban niños contentos chapoteando en la piscina. Llegué, me saqué todo, me puse el bikini, y al agua! Así transcurrió febrero: agua, cloro, sol, calor, sudor, niños mirando tele, niños llorando, niños invitados, helados caseros (de palito, hechos con jugo de naranja), muchos bizcochuelos (de caja pero horneados en casa!), mamás de visita.
Y de laburo: Pocas entrevistas de trabajo (una hasta ahora), pocos anuncios en el diario, un par de mails de que si, que quizás me llamen. Algunos currículum entregados en mano en un par de sitios interesantes (porque están cerca del colegio de los nenes, o cerca del club...)
Después vinieron las lluvias de fin de febrero, el agua de la pileta más fría. Empezaron las clases, los cuadernos de notitas que manda la maestra. Correr contra reloj todas las mañanas, todas las tardes. Luchar con el tránsito empantanado. El más chiquito empezó el jardín de infantes. Me pasé un par de semanas sentada en una sillita para un culo de cuatro años, esperando afuera, que el nene se calmara mientras me preguntaba si no era mejor dejarlo en casa. Y marzo se nos está terminando: llega Semana Santa. Nostalgia porque en Uruguay es feriado toda la semana. La ciudad allí queda vacía. Acá no. Nunca queda vacío Buenos Aires, y encima las carreteras colapsan a la ida, a la vuelta del feriado.
Parece que no tenemos planes vacacioneros, más que comer, limpiar, comer, limpiar. Veremos qué tal.
Hace 2 horas
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